"Ni Peter ni Perry" (II)

Una noche templada, totalmente propia de un mes de Abril.

Estaba sentado con mi traje negro, camisa blanca y corbata negra, es decir, uniformado de carnaza adinerada, “viéndolas pasar”, en un descarado intento de ser más discreto que el mensaje que trataban (y lograban) transmitir el fluorescente letrero de local “Cousteau” y el menos fluorescente portero de etnia negra que salvaguardaba la entrada al garito a la gente más desesperada de la urbe.

Allí estaba yo, observando el circo, en búsqueda de mi presa del Sábado, divirtiéndome desde mi onanista oscuridad tratando de avistar cuál sería el próximo galán que invitaría a una de aquellas múltiples mujeres que, curiosamente, iban apareciendo por una de las puertas laterales del local a la misma vez que iba entrando el chorreo de individuos solteros (o no), individuos que a la vista de la facilidad con la que ubicaban la barra, los baños, y miraban sonrientes a una puerta en la cual parejas improvisadas iban haciendo cola a espera de que una luz del panel hallado encima de la misma indicara, con una extraña contraseña de letra y número, que podían pasar, invitaba a pensar que no habían entrado al local por casualidades de la vida.

No debí emplearme muy a fondo en mi intentona, como con el resto de cosas en mi vida, porque antes de que terminara de depurar mi Whiskey con agua y hielo se me sentó al lado una doncella o bien de bajos principios morales, o bien de bajo criterio.

Puede que la prejuzgue equívocamente antes de siquiera responderle el saludo que me enviaba con ese arqueo “inocente” de cejas perfectamente perfiladas, mientras sorbía su extraña bebida de un acentuado color rojo por una pajita, y a la vez que cruzaba unas piernas defendidas por la pequeña falda de aquel vestido negro, de un escote con más palabra de honor que mi persona, y que permitía ver aquella obra en forma de tatuaje de “Hello Kitty” que asomaba en su trapecio derecho, regalo seguro de unos orgullosos padres, pero es que si hay pocas cosas que he aprendido en esta vida, una de ellas es que nunca me fío de los/las melenas, a no ser que sea Camilo Sesto.

- Hola guapo – sonríe sin sacarse la pajita de la boca.
- Hola guapa – repliqué. Sin duda a todos los hombres nos sienta bien ser ricos, el resto es discutible.
- ¿Cómo te llamas? – dice apartándose el pelo hacia la espalda. Deliberadamente sin ocultar a mi nuevo amigo “Hello Kitty”.
- Perry… Perry Nadal, ¿y tú? – improvisar es lo mío.
- ¿Es la primera vez que vienes por aquí? – nuevo cruce de piernas.
- Sí, aunque suelo frecuentar locales de tanto nivel… No está mal – mentira. Ambas cosas.
- ¿Estás esperando a alguien? – posa su mano derecha, seguro que por error inintencionado, encima de mi muslo izquierdo.
- Sí, a una amiga – no, no tengo amigas.
- Yo también puedo ser tu amiga mientras la esperas – se coloca mejor, si cabe, el vestido con la mano izquierda mientras su mano derecha termina de perder el norte.
- Qué amable… - empiezo a pensar que está insinuando algo.
- “Si vienes a mi vera, te voy a dejar la polla que vas a necesitar aloe vera”, jiji – dice, textualmente, en un susurro tras acercar su pequeña y entrenada boca a mi oreja.
- Ahora sí que estoy sorprendido. Debo decir que soy un tipo con suerte, creía que esto sólo lo frecuentaban fulanas, pero resulta que eres una tía culta de cojones, conoces a Góngora, a Quevedo, y ahora, a Perry Nadal.
- Son 100 euros, vamos – en un ademán de levantarse cogiéndome de la mano.
- Espera, espera, un poco caro el aloe vera, ¿no? – la detengo, sin soltar un Whiskey al cual tenía en ese momento más aprecio que al propio “Hello Kitty” que me miraba con ojos lastimosos.
- ¿Quieres o no?, porque yo no estoy para perder el tiempo – mientras oteaba el horizonte en busca de un traje a la par de clasista que el mío. Evidentemente no lo halló.
- Ni yo para pagar 100 euros, cuando ahí fuera hay una herboristería en la que unas panchitas me dan el mismo “aloe vera” a mitad de precio – primera verdad que decía en toda la noche.
- Pero ellas no son yo… - también verdad.
- Ya y si mi abuela tuviera cojones no sería mi abuela, sería mi abuelo. ¿Qué pretendes decirme?.


Se levanta y se marcha. He triunfado. De nuevo.


Voy terminando mi bebida, mientras la mal llamada vida de la noche transcurre a mi alrededor, centrando toda mi atención, al fin, en el VERDADERO leitmotiv de haber pagado 15 euros de entrada, sin consumición.

Se trata de un sujeto que será la única persona que admiraré esta noche, porque ir con cuatro pelos es señal de ser muy grande, demuestra una total carencia de complejos o una asimilación superior, y aunque a mí la herradura no me gusta como peinado, no se trata de nada personal contra la herradura, pues me parece más hortera ir con una cresta como David Villa si tienes cara de paleto tipo concursante de Gran Hermano. O sin tener cara de paleto.

Pongamos su carencia de complejos y asimilación superior a prueba.

Me acerco a “cuatropelos”, al cual no se le acercan ni las putas y le digo al oído:

“No luches contranatura, todo es una cuestión de proporción. Por ejemplo el número de putas que se te aproximan va en relación a la polla y a la altura, debe ser 1/10/100, o sea, que un tío de 1,75 de altura, puede estar satisfecho con un "ciruelo" de 17,5 cm y se le aproximarán 175 putas. Dicen que la media nacional española es de 13,58 cm, pues bien, o los españoles como tú medís de media 1,38 de altura, o tenéis las pollas pequeñas. Esto es así. Básicamente esta es la historia, 1/10/100, en ese caso, de perfil, se te verá un mango de porte caballeroso y amenazante, como debe ser, y que se te acerquen las putas será una realidad”.


Tras ello, y ante su atónita mirada de incredulidad le miro de arriba a abajo, haciendo especial atención en la zona en la que debe ser la residencia habitual de su paquete, y le digo sin más: “Cuestión de proporción. Mejor vete a tu puta casa. Hoy no follas”.


Ahora sí, ya le he jodido gratuitamente la existencia a alguien. Ya puedo seguir más tranquilo con mi amargada vida.


Se despide Perry, vuestro elegante y coqueto amigo.