Así empezó todo

Basado en hechos reales. Se han modificado y/u ocultado información que pudiese llevar a la identificación de las personas intervinientes o del lugar donde se produjeron los hechos.




“Timbre no funciona. Hay una verja antes de la puerta, cerrada con llave. Persianas a medio bajar. Golpeo una ventana pero nadie abre. Vecina de la puerta de al lado confirma que viven, pero no se relacionan con nadie y están todo el día con la puerta cerrada, dentro” – 4 de Enero de 2012.

“Timbre no funciona. Verja cerrada con llave. Persianas a medio bajar. Llamo por la ventana y se oyen voces dentro, pero no abren. Veo que abren contraventana de la puerta de entrada y vuelven a cerrar. Le hago saber que queda la documentación de este procedimiento que le leo en voz alta, a su disposición en este Juzgado, a la vista de su actitud, conforme a lo establecido en el art. 161.2 Lec” – 8 de Enero de 2012.

Nueve meses más tarde.

"Ni Peter ni Perry" (II)

Una noche templada, totalmente propia de un mes de Abril.

Estaba sentado con mi traje negro, camisa blanca y corbata negra, es decir, uniformado de carnaza adinerada, “viéndolas pasar”, en un descarado intento de ser más discreto que el mensaje que trataban (y lograban) transmitir el fluorescente letrero de local “Cousteau” y el menos fluorescente portero de etnia negra que salvaguardaba la entrada al garito a la gente más desesperada de la urbe.

Allí estaba yo, observando el circo, en búsqueda de mi presa del Sábado, divirtiéndome desde mi onanista oscuridad tratando de avistar cuál sería el próximo galán que invitaría a una de aquellas múltiples mujeres que, curiosamente, iban apareciendo por una de las puertas laterales del local a la misma vez que iba entrando el chorreo de individuos solteros (o no), individuos que a la vista de la facilidad con la que ubicaban la barra, los baños, y miraban sonrientes a una puerta en la cual parejas improvisadas iban haciendo cola a espera de que una luz del panel hallado encima de la misma indicara, con una extraña contraseña de letra y número, que podían pasar, invitaba a pensar que no habían entrado al local por casualidades de la vida.

No debí emplearme muy a fondo en mi intentona, como con el resto de cosas en mi vida, porque antes de que terminara de depurar mi Whiskey con agua y hielo se me sentó al lado una doncella o bien de bajos principios morales, o bien de bajo criterio.

Puede que la prejuzgue equívocamente antes de siquiera responderle el saludo que me enviaba con ese arqueo “inocente” de cejas perfectamente perfiladas, mientras sorbía su extraña bebida de un acentuado color rojo por una pajita, y a la vez que cruzaba unas piernas defendidas por la pequeña falda de aquel vestido negro, de un escote con más palabra de honor que mi persona, y que permitía ver aquella obra en forma de tatuaje de “Hello Kitty” que asomaba en su trapecio derecho, regalo seguro de unos orgullosos padres, pero es que si hay pocas cosas que he aprendido en esta vida, una de ellas es que nunca me fío de los/las melenas, a no ser que sea Camilo Sesto.

- Hola guapo – sonríe sin sacarse la pajita de la boca.
- Hola guapa – repliqué. Sin duda a todos los hombres nos sienta bien ser ricos, el resto es discutible.
- ¿Cómo te llamas? – dice apartándose el pelo hacia la espalda. Deliberadamente sin ocultar a mi nuevo amigo “Hello Kitty”.
- Perry… Perry Nadal, ¿y tú? – improvisar es lo mío.
- ¿Es la primera vez que vienes por aquí? – nuevo cruce de piernas.
- Sí, aunque suelo frecuentar locales de tanto nivel… No está mal – mentira. Ambas cosas.
- ¿Estás esperando a alguien? – posa su mano derecha, seguro que por error inintencionado, encima de mi muslo izquierdo.
- Sí, a una amiga – no, no tengo amigas.
- Yo también puedo ser tu amiga mientras la esperas – se coloca mejor, si cabe, el vestido con la mano izquierda mientras su mano derecha termina de perder el norte.
- Qué amable… - empiezo a pensar que está insinuando algo.
- “Si vienes a mi vera, te voy a dejar la polla que vas a necesitar aloe vera”, jiji – dice, textualmente, en un susurro tras acercar su pequeña y entrenada boca a mi oreja.
- Ahora sí que estoy sorprendido. Debo decir que soy un tipo con suerte, creía que esto sólo lo frecuentaban fulanas, pero resulta que eres una tía culta de cojones, conoces a Góngora, a Quevedo, y ahora, a Perry Nadal.
- Son 100 euros, vamos – en un ademán de levantarse cogiéndome de la mano.
- Espera, espera, un poco caro el aloe vera, ¿no? – la detengo, sin soltar un Whiskey al cual tenía en ese momento más aprecio que al propio “Hello Kitty” que me miraba con ojos lastimosos.
- ¿Quieres o no?, porque yo no estoy para perder el tiempo – mientras oteaba el horizonte en busca de un traje a la par de clasista que el mío. Evidentemente no lo halló.
- Ni yo para pagar 100 euros, cuando ahí fuera hay una herboristería en la que unas panchitas me dan el mismo “aloe vera” a mitad de precio – primera verdad que decía en toda la noche.
- Pero ellas no son yo… - también verdad.
- Ya y si mi abuela tuviera cojones no sería mi abuela, sería mi abuelo. ¿Qué pretendes decirme?.


Se levanta y se marcha. He triunfado. De nuevo.


Voy terminando mi bebida, mientras la mal llamada vida de la noche transcurre a mi alrededor, centrando toda mi atención, al fin, en el VERDADERO leitmotiv de haber pagado 15 euros de entrada, sin consumición.

Se trata de un sujeto que será la única persona que admiraré esta noche, porque ir con cuatro pelos es señal de ser muy grande, demuestra una total carencia de complejos o una asimilación superior, y aunque a mí la herradura no me gusta como peinado, no se trata de nada personal contra la herradura, pues me parece más hortera ir con una cresta como David Villa si tienes cara de paleto tipo concursante de Gran Hermano. O sin tener cara de paleto.

Pongamos su carencia de complejos y asimilación superior a prueba.

Me acerco a “cuatropelos”, al cual no se le acercan ni las putas y le digo al oído:

“No luches contranatura, todo es una cuestión de proporción. Por ejemplo el número de putas que se te aproximan va en relación a la polla y a la altura, debe ser 1/10/100, o sea, que un tío de 1,75 de altura, puede estar satisfecho con un "ciruelo" de 17,5 cm y se le aproximarán 175 putas. Dicen que la media nacional española es de 13,58 cm, pues bien, o los españoles como tú medís de media 1,38 de altura, o tenéis las pollas pequeñas. Esto es así. Básicamente esta es la historia, 1/10/100, en ese caso, de perfil, se te verá un mango de porte caballeroso y amenazante, como debe ser, y que se te acerquen las putas será una realidad”.


Tras ello, y ante su atónita mirada de incredulidad le miro de arriba a abajo, haciendo especial atención en la zona en la que debe ser la residencia habitual de su paquete, y le digo sin más: “Cuestión de proporción. Mejor vete a tu puta casa. Hoy no follas”.


Ahora sí, ya le he jodido gratuitamente la existencia a alguien. Ya puedo seguir más tranquilo con mi amargada vida.


Se despide Perry, vuestro elegante y coqueto amigo.

"Ni Peter ni Perry" (I)

“Hola, ¿qué tal?, ¿bien?, ¿sí?, adiós”.

Así podría haberse abreviado la conversación que mantuve con una de las últimas personas que esperaba echarme a la cara esa mañana, de camino a mi brega de cada día. Tan fácil como eso. Ahorrarnos hacer el gilipollas tú, hacer el gilipollas yo, hacer el gilipollas los dos.

Mis costumbres.

Si te sorprende que los años hagan cambiar a las personas, más sorprende aun todavía cuando no cambian nada. Nada en absoluto. Dos años más tarde, la misma cara de eterna chica joven, de eterna niña de facultad aun habiendo pasado la veintena de inviernos, con ese tono de voz de exagerado énfasis en ciertas palabras cuando dice algo (supuestamente) sorprendente, a la vez que se acompaña con ese extraño gesto de la mano derecha sobre su pecho, gesto sacado de alguna estúpida película sobre alguna estúpida rubia. Ese mismo gesto de maruja precoz.

Clavadita a su madre.

Creo que fue mi cortesía la primera en decir, con un continuo de pequeñas señas y frases inocuas, que por lo que a mi respectaba me importaban una mierda ella y sus comentarios. Ya lo hacía (disimuladamente) cuando yo tenía derecho de pernada sobre su cuerpo de yogurín, y ella sobre mi bolsillo. Prestación-contraprestación. Amor de poliéster y con etiqueta de Stradivarius, Blanco, y análogos.

Qué más da, se marchaba, no sin antes examinarla no fugazmente desde atrás. Seguía con su buen gusto al vestir fruto de ser una víctima de la moda, con una blusa de cuello halter y una minifalda vaquera de “soy un poco guarra, pero sólo un poco, lo juro”, vamos, lo que una madre llamaría una prenda coqueta y los viejos una “prenda curiosa”, pero que cuando uno ha estado donde ahora está esa falda, te hace rememorar ciertos momentos de gloria desde esa posición trasera y traicionera al “házmelo con cuidado”. No es que su culo fuese gran cosa, pero sabía cómo vestirlo. Ahí reside el secreto, siempre: saber camuflar la verdad.

Y mi lívido era la prueba de ello.

Supongo que se marchaba en busca de un hombre al cual primero calentar, luego culpar, y terminar escuchándole suplicar perdón sin saber muy bien el por qué. Mujer de silencios a golpe de talonario.

Una vez más, clavadita a su madre.

Es Lunes, 8.30 horas de la mañana. Veo la yerma calle saqueada a la izquierda por divorciadas de “busco-pensión-alimenticia”, a la derecha por Wenceslaos y sus chamaquitos, y al centro por Jennys ibéricas e impúberes papahuevos en las puertas de Centros de Formación Profesional creyéndose dentro de su ignota ignorancia que tienen un futuro más allá del “busco-pensión-alimenticia” o del criar chamaquitos de importación.

Bella plétora. Hermosa plétora. Tanto que me invita (y nunca digo "no" a una invitación) a volverme a casa.

Son las 8.35 horas. Ya he trabajado suficiente por hoy. Sin duda mañana pediré (exigiré) un aumento de sueldo acorde al estrés que sufro, a diario, por los 20 minutos de itinerario selvático-urbano entre mi catre y mi oficina sin cerbatana en mano.

Nos vemos entre petas y leños.

Se despide Peter, vuestro ambicionado amigo perroflauta.

Alabando a: Un puente lejano

Aunque la portada no lo parezca, no es una secuela más de "Mujeres Desesperadas"

Montgomery la lía parda
Hablemos de “The Expendables” (Los Mercenarios). Film capaz de atraer a la masa mediante la congregación de multitud de caretos famosos. Pues bien, hasta aquí cualquier parecido con “Un puente lejano”, pero en este caso, con multitud de caretos famosos… y que han marcado la historia del cine contemporáneo.

Sean Connery, James Caan, Michael Caine, Robert Redford, Anthony Hopkins, Gene Hackman, Collin Farrell…
¿Qué te sugieren estos nombres?, no, no es el Alcoyano Club de Fútbol. Acompáñelos con la historia del mayor fracaso de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, métalo todo en la coctelera, agítelo bien, y servir frío acompañado de su aperitivo favorito. Eureka, acaba de inventar “Un puente lejano”.

Antes de entrar a valorar muy subjetivamente este título de 1977, y sus impecables 175 minutos de duración, hagamos repaso rápido al argumento, y por ende, a los hechos reales:

“Operación Market Garden”, paja mental del pequeño “cap de cony” (sí, cabeza de coño) Bernard Law Montgomery, conocido entre los colegas como Bernardito “Quiero Ser Erwin Rommel” Montgomery, que supuso la mayor galleta en la Segunda Guerra Mundial para las Fuerzas Aliadas, superando al archiconocido y archihollywoodense Desembarco de Normandía. La idea era tomar rápidamente los puentes Holandeses en poder de los nazis mediante el uso de miles de tropas aerotransportadas (así, lanzándolos del aire en medio de la trituradora alemana, en plan guay), con el fin de que a posteriori, mediante un ejército de tanques y demás “mobiliario” de gran calibre, asegurar dichos puestos, obteniendo así un paso directo hasta las churrerías de tanques alemanes. ¿Cómo acabo la gracia?, pues con la 101 Aerotransportada americana bautizando a la Autopista 69 como “Hell’s Highway” (Autopista del Infierno). Qué dulce.

Este film es REDONDO.

El único “error” seguramente achacable al mismo, por el barato y efectista público Hollywoodense, mascadores de efectos especiales y cartas tiernas de soldados a sus mujeres, es que la seriedad con la que ha sido abordada la película, tratando de abarcar lo inabarcable en unas muy limitadas casi tres horas de película, no permiten que se genere un lazo con algún protagonista (ni existe el mismo), ni que el Director juegue con nuestra empatía como la viuda juega con tu testamento. No esperéis sentimentalismos made in “Salvar al Soldado Ryan”, que aquí no aparece Forrest Gump aguantándole las tripas (y de paso los labios) al bueno de Buuuubba.

También hay que ser precavido con las interpretaciones, pues no es la octava maravilla de ninguno de los actores de renombre anteriormente expuestos, no por carencia de facultades, sino porque el ritmo frenético con el que se traslada nuestro amigo, el incasable narrador de historias que es el cámara, entre los tres puentes, hace imposible cualquier tipo de lucimiento. Incluso la participación de un jovencísimo Colin Farrell queda limitada a lo que se habría llamado “cameo” de haber sido por entonces un actor famoso, y no el simple mojigato y mameluco secundario recién iniciado y desvirgado en el cine que era por entonces.

Otra cuestión que limita a las interpretaciones son los clichés, los estereotipos que en el presente caso, lejos de ser un lastre, era un clásico en el cine de la época, siendo incluso de utilidad para el espectador a fin de poder diferenciar, fácilmente, a qué ejército pertenece cada personaje ante semejante plétora de fuerzas que fueron reunidas para ser masacradas “felizmente en familia”. Hablamos de un General de Brigada Británico Sean Connery constantemente con una taza de té en la mano, de un General de Brigada Polaco Gene Hackman frío y reservado en exceso, de un Mayor Americano Robert Redford “chulo chulo como su pirulo”, o de un Teniente General Americano con un puro en la boca, cara de mala ostia, y dirigiendo a sus soldados cual putitas (por ejemplo).

Inolvidables escenas para el recuerdo, como es ver a miles de soldados (seguramente muñecos) saltando en paracaídas desde los “aviones-cometa” (aviones extra-ligeros de transporte de soldados, sin ningún tipo de motor, y que volaban porque un avión mayor tiraba de ellos cual cometa…) a plena luz del día, o un Robert Redford suicida cruzando el río del Rin entre cañonazos alemanes mientras reza unos siempre útiles Ave Marías “de bolsillo” (imprescindibles en el kit “Sé un buen soldado”), o el constante fuego cruzado en los puentes.

Notas:

Argumento: 9,75 – Por dos motivos: 1) Se aborda eficazmente unos hechos tan extensos, producidos en tres lugares a la vez, y sin provocar confusión en el espectador, alejándonos del omnipresente “Día D”. 2) Precisamente eso, no es el Desembarco de Normandía (otra vez). Aleluya.

Efectos especiales: 9,75 – Impresionante. Desglose de medios impensable para la época (1977).

Duración: 9 – De ser Director, le habría echado una horita más de duración, tranquilamente. A quien se le antojara larga, a su puta casa.

Interpretaciones: 9 – El argumento y la perspectiva con la que se toma el mismo no dan lugar a grandes alardes ni al lagrimeo fácil, lo que lo vuelve mejor todavía, ayudando a una mayor objetividad. Interpretaciones funcionales, como estar allí fusil en mano. Sin polladas también se hace cine.

Total: 9,5 – Su rigor y seriedad absolutos la vuelven la mejor película de la Segunda Guerra Mundial jamás contada. Seas un gafapasta, un friki, un geek, o un humano, imprescindible verla al menos una vez en la vida.

Destrozando a: Muerte y Desayuno

"The Best Independent Movie Of The Year" reza la portada... ya...

Bienvenidos a "Amor de Polla"
Lo sé, no tiene ningún sentido tomarse la molestia de ver una película cuyo título, que da pánico con sólo leerlo, te está chillando al oído que sus creadores no tenían intención alguna de hacer una obra lo más mínimamente digna e inteligente. Frikis son, y frikis morirán.

A pesar del carácter tan defecable de este largometraje, debo reconocer que de algo ha servido, pues a parte de suponer un perfecto laxante para el estreñimiento postvacacional propio de una dieta excesivamente sana para un cuerpo excesivamente moldeado como el mío, me ha servido para vislumbrar la inutilidad extrema del marketing español, pues buenos títulos de películas aquí los traducimos como nos sale del forro de las pelotas, y en casos como el presente (cutre, cutre, cutre), van y lo traducen literal, cuando cualquier invención, como por ejemplo “Las aventuras de Jorge Javier y los pepinos”, habría sido mejor que la literal “Muerte y desayuno”.


Son idiotas. El argumento es estúpido a rabiar. Un grupo de jóvenes veinteañeros (los cineastas, por llamarlos de algún modo, parecen haberse percatado de que las generaciones posteriores a la del 84 dejan mucho que desear) van a una boda. Los muy estúpidos dejan que sea el “más-estúpido-aún-todavía” del grupo el que conduzca. Los estúpidos y el “más-estúpido-aún-todavía” se pierden. Es tarde y deciden parar en un pueblo llamado (atención) “Amor de polla” (Lovecock), porque sí, no es Lovepenis, es Lovecock (aka Lovedick, Lovebigsausagepizza, etc), circunstancia que obviamente ha sido forzosamente elaborada en un arrebato de genialidad con el fin de hacer un “chiste” de carácter homosexual… muy ingenioso.

Continuando con la trama, esa misma noche se libera (atención de nuevo) el espíritu maldito de un feto enterrado, el cual posee al “más-estúpido-aún-todavía”, y éste se dedica a poseer al resto del pueblo, teniéndose que parapetar nuestros “intrépidos” protagonistas, “Los Estúpidos”, en una casa con munición de escopeta (sin escopeta, aunque tranquilos, en un momento con un tubo y un martillo consiguen construir una escopeta casera… el "no va más" del armamento moderno), cuchillos, y sí señores, la bendita motosierra, tratando de sobrevivir a un grupo de anormales sedientos de sangre.

Vaya pedazo de mierda. De verdad, es como si las gracias de la película las hubiese escrito el hijo tonto y sin gracia de Chiquito de la Calzada y Paz Padilla, con un elaboradísimo surtido de gracietas (despropósitos todas ellas) que van desde conversaciones del estilo “el alcohol y las pastillas matan las pocas neuronas que me quedan”, hasta el “aún-más-estúpido- todavía” (ya poseído por el espíritu del feto) intentando la guerra psicológica contra los supervivientes con comentarios de la envergadura de “¿ya le has contado a tu novia aquello de que te follaste a mi prima?”, pasando por un magistral baile de poseídos en mitad de un tiroteo, criminalizando y violando nuestras inocentes miradas con una pseudocoreografía del “Thriller” del difunto Miguel Jackson.

Putos tarados.

Eso sí, sus puntazos tiene, como son la brevísima aparición del también ya difunto David Carradine (conocido por los frikazos sin vello púbico como “el abuelo de la melena de Kill Bill, que hacía el golpe de la cobra o del orangután que te mataba tocándote en 5 puntos del cuerpo”), explicando esto que lo encontraran en la vida real muerto y colgado de los huevos (yo habría hecho lo mismo en su situación), o mejor aún, cada gracia, cada (intento de) chiste, cada comentario que se supone humorístico, va terminado de… ¡un REDOBLE de batería!. ¡Qué grande es esto señores!, han resucitado esos grandes redobles del típico batería nigga motherfucker que salían antaño en los programas de humor considerados lo más cutres de la televisión (y que en una película no pintan una mierda, como el resto de elementos de este film) acabados con el clásico sónido “¡chaun!” que se supone que expresa sorpresa.

IMPRESIONANTE.


Resumiendo: es tan rematadamente mala esta película, catalogada teóricamente como de gore, que he sido capaz de llevarme trabajo a casa para todo el fin de semana porque no podía esperar un solo minuto más para redactar mis impresiones sobre la misma. Crea una auténtica adicción a la mierda.

Aunque el pueblo se llame "Amor de Polla", y dé esperanzas de que se vea alguna teta o culo que amenice los momentos previos a irse a dormir, no os dejéis engañar, que aquí, por no follar, no follan ni los gordos (véase el post "Alabando a: Zombies Nazis" para comprenderlo).

Colosal y fascinante execración mental, totalmente prescindible y evitable.

Alabando a: Død Snø (Zombies Nazis)

Portada que habla por sí sola

Cuando decirle a un nazi "me cago en tus muertos" es lo más apropiado

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Domingo 31 de Agosto de 2010.
23.59 horas.

Después de un periodo estival de ausencia solamente interrumpida por un omnipresente trabajo, me doy un garbeo por mi siempre querida dospuntocerovision.com, amante de innumerables horas echadas a la canaleta de la mierda con puro entretenimiento de ilegalidad gratuita, con el fin de hallar algo que sea mínimamente potable que amenice el retorno a una cotidianidad inevitable, y todo ello patrocinado por la infame Megavideo. El fruto: Zombies Nazis.

Siendo franco, y para entendernos, esta película (o engendro del demonio) se gestó del siguiente modo: “bien, nos hemos hecho con un cojón de kilos de intestinos y con un cojón de litros de sangre, ¿en qué coño podemos emplear esto?”, pues sí, exactamente en lo mismo que hace un español obsesionado con travestis y transexuales: cine.

El argumento, imposible de intuir ante un título tan poco esclarecedor, es el siguiente: un grupo de jóvenes (el cual analizaré a continuación y que despedazarán después) decide irse un par de días a la clásica casa de leñadores perteneciente a la novia del que se podría considerar cabecilla del grupo (por lo visto en la High Society de hoy en vez de regalarse a los hijos calzoncillos “Accetti” se regalan casetas de leñadores, motos de nieves, metralletas de la Segunda Guerra Mundial, y explosivos de gran calibre) perdida en medio del monte en un poblado que contiene una perturbadora historia, pues allá en la Segunda Guerra Mundial tal localidad fue asediada por los Nazis, y a diferencia de otros lugares, en los cuales los Nazis trataban de tocar las pelotas a la población lo más mínimo posible, a fin de evitar sublevaciones civiles (cabrones serían, pero tontos no), en este poblado se dedicaron a tocar los huevos a base de conductas tan deleznables como el pillaje, la tortura, la violación, el asesinato, o peor que todo ello, inventar el Wrofen Kaff (Sálvame Deluxe en Alemán) con Belenff Estebanhauer, llamar a los telefonillos a las 5 de la mañana, o hacer trampas jugando al Truc con los lugareños. Vamos, unos vecinos de puta madre.

Por todo ello la población se sublevó, y por lo visto montaron tal carnicería que estuvieron comiendo hamburguesa de nazi durante meses (vamos, que podría haber sido perfectamente cualquier pueblo de vascos cabreados), aunque unos pocos nazis lograron ocultarse en las cuevas de las montañas, no sabiéndose nunca más de ellos...

Lo que prosigue creo que os lo podéis imaginar. En definitiva, este grupito tiene un plan tan de puta madre como
mear panza arriba.

Entrando a analizar a los protagonistas, se trata de un grupo lleno de tópicos, delicia propia y SAGRADA en este género cinematográfico, pasto idóneo para sangrantes críticas.

Así pues, tenemos a cuatro chicos y cuatro chicas (perfecto para un folleteo de montaña):
1.- El que se podría considerar cabecilla, personificación del clásico comentario de las zorras de turno: “ay como me lo follaría, pero tiene novia, jiji”.
2.- La novia del susodicho. Lo único que se sabe de ella es su nombre (no lo recuerdo, pues tiene la misma trascendencia en la película que un polo de mierda en una heladería) y lo bonita que queda su cabeza congelada y seguramente violada oralmente por algún nazi de picha caducada (de algún modo se la tendrán que pelar los pobres incautos).
3.- Mi preferido de los estereotipos: el gordo friki, el gordo cabrón, el gordo gilipollas, cuya mejor gracia en la película es un eructo, y en la vida real, un chiste de Hobbits (seguro). Típico personaje con el cual te la pelarías si lo ves sufriendo una muerte cuyo dolor esté a la altura de su denigrante existencia. Destacable el homenaje a Brain Dead en su camiseta, pues esta película de Peter Jackson ha sido notoria fuente de la cual han bebido estos Noruegos.
4.- La chica nueva del grupo, la cual se integra en este pequeño grupo de zorritas como sólo ellas saben hacer: marcando territorio cual perro que mea en una esquina a base de un “¿qué falo es el mío?”. Cosas de mujeres.
5.- El chulo del grupo, ni lo odias ni empatizas con él, aunque protagoniza alguna escena interesante consistente en intestinos enredados entre pinos.
6.- La falsa ecológica. La clásica chica de “hago café ecológico aunque sepa a mierda y manifiesto mis tendencias con estas rastas mugrientas con color a mierda”. Muérete, perra.
7.- El estudiante de medicina, empolloncete, con miedo a la sangre (¡guau!). Él único que no mandarías directamente a Torquemada.
8.- La niña de mamá, que parece que su huerto esté por plantar y luego resulta ser el que más nabos tiene plantados. De “ahora te follo en una letrina mugrienta y luego lloro porque un zombie nazi le ha arrancado los sesos a mi amigo”. Tonterías.


A partir de aquí, lo único que puedo decir de la película es que es como un “brainstorm” de las maneras más insólitas y absurdas en las cuales un zombie podría matar a un humano, y un humano a un zombie, con escenas protagonizadas por unas cotas de grumos orgánicos fuera de lo común utilizados, sin embargo, con la sutileza suficiente para que en ningún momento resulte desagradable (recordar que no es una película gore, sino de terror-humor, siendo lo más parecido las conocidas “Zombies Party” o “Zombieland”, por citar las más recientes).

Para animar a los escépticos a verla, decir que cuenta con escenas dignas del recuerdo por ser más absurdas que practicar sexo comiendo mantecados, como es jugar a fútbol con la cabeza de un zombie, un primer plano de uno recreándose en plena eyaculación mordaz con un martillo y el cuello de un zombie (sí, cuello y no cabeza, ya que previamente se la ha reventado a martillazos y aún así sigue dándole cañita brava), una ÉPICA moto de nieve ataviada con una metralleta de la Segunda Guerra Mundial (lo dicho, que nunca falte en la mochila de un excursionista veinteañero una metralleta de la Segunda Guerra Mundial), explosiones (por lo visto, propio de todo neceser femenino, entre las compresas de máxima transpiración y las pastillas anticonceptivas), una cabeza humana partida por la mitad con las propias manos de un zombie al más puro estilo cine de Serie B, desmembramientos de zombies a son de los CC Cowboys (Rock nórdico), un desmembramiento simultáneo de todas las extremidades, autoamputaciones voluntarias con partidas de culo posteriores, intestinos enredados entre los pinos, etc., siendo digno de especial mención el cursillode “Cómo matar un zombie de mil maneras con una moto de nieve”, la siempre imprescindible en estás películas motosierra, y la más absurda de todas las escenas: un gordo que folla.

Y todo ello acompañado de fondo de comentarios de espectadores como “¿y ahora qué?”, “¡ala tío!”, y el clásico “¡pero qué coño...!”... bondades de ver las películas en Megavideo.

En definitiva, una perfecta película para matar una tarde de Domingo, digna de verla en un cine con una unidad de consumición de Cola y palomitas (que yo diga esto, no es poco), que está llamada a formar parte del escaso género de terror-humor zombie, superando a “Zombies Party” y “Zombieland, y que seguramente tú, pobre ignorante, no irás a ver por ser la típica película que tus amigos, prostitutas de los efectos especiales y actores famosos, no quieren ver, pues están encasillados en los grandes hits cinematográficos.


Zombies, motosierras, y gordos ineptos que follan. ¿Qué más se puede pedir?.

Destrozando a: El Ángel Exterminador

Mensaje subliminal en el cartel del film

De "cine de culto" a "cine de culo" hay una letra

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Debo reconocerlo: cuando leí el título esperaba ver a un tío alado, “descolgándose” de los cielos, a la vez que repartía a diestro y siniestro galletas entre la rimbombancia de la clase alta de la sociedad.


Ángel + Exterminador = 1 + 1 = Caballo, Sota, Rey.


Dejando pajas mentales a un lado, para nada comparables a la que se ha hecho (física o psicológicamente, lo dejamos al gusto del lector) el Señor Buñuel con este film, la idea es cuanto menos prometedora: un grupo de burgueses, o más bien, de miembros de la delgada línea que separa la burguesía de la aristocracia (o los que llamo “falsos/nuevos aristócratas”), deciden acudir a la mansión de uno de ellos para la celebración de un refrigerio (o como lo llama uno de ellos, supongo que el “guay” de la época, “la party”) y compartir así sus inevitablemente pedantes comentarios, todo ello al son de una sonata para piano.


Estereotipos a mansalva.


Una vez allí, y tras el paso de las horas, se percatan de que por algún motivo ninguno de ellos ha decidido irse de allí a sus respectivos hogares de miles de hectáreas (al fin y al cabo habrá ya algún negro cuidando los cultivos, y alguna negra cuidando a los niños, ¿verdad, Dios Estereotipo?), y cual “Casa Pepe”, deciden montar la tienda de campaña en el salón, a la espera de un mejor despertar, pasando a convertirse en un temor irracional de abandonar no la casa, sino simplemente el habitáculo que ocupan en ese mismo momento.


A partir de aquí comienza lo que Buñuel imaginaba como un infierno. Para mí, una castaña de película.

Como primera sorpresa, y como preaviso al colofón de mierda que se nos iba a venir encima cual alud de nieve, tenemos la sorpresa del acento de los actores. Mejor aún, el EXTRAÑO (eufemismo) acento de los actores, propio de una especie de tribu habitante de alguna desconocida isla que nunca debieron abandonar, situada en algún indeterminado punto entre nuestra Península y Sudamérica.

Tras unos minutos de luchar estoicamente contra el mórbido acento, mientras me muerdo la lengua como si de un ya insípido chicle se tratara al cual trato de extraer un jugo que ya dejó de existir tiempo atrás, y acallando mi voluntad interna de cerrar la ventana de Megavideo y echarme a ver algo más entretenido, como Sálvame Deluxe, lo peor estaba por venir. Mis peores temores iban cobrando forma con el paso del tiempo, y por ende, de las escenas “pijorescas”, intrascendentales, desmayos sobreinterpretados… ¡PELIGRO!, sin duda estaba ante un largometraje con aspiraciones de autoproclamarse “ARTE” con mayúsculas, pero que en realidad no es más que una buena idea, mal ejecutada, e hinchada durante aproximadamente hora y media de continuas flatulencias y pérdidas anales.

Lo dicho, intento de ARTE con mayúsculas, lo cual se traduce en un plato con raciones de si realismo por aquí, surrealismo por allá, que si conservadurismo por arriba, que si socialismo y feminismo por abajo, que si anarquismo…


Qué tostón de película, sólo la puedo definir así.


Resumen: una parida de película, alimento sustancioso para los gafapastas de los 60 que disfrutan haciéndose pajas de todo tipo tratando de darle un sentido a aquello que no lo tiene ni que ha pretendido tenerlo nunca, al más puro estilo "Perdidos", encontrado un modo más de parecer “cool” (y quedar realmente como un gilipollas) ante los amigos que se vanaglorian de haber disfrutado de lo lindo con la última de Ben Stiller, ya que es de Buñuel, y mejor aún, es en blanco y negro… en definitiva, “yo veo cine de culto”.


Blanco y en botella. Una película "no aptas para mentes medias".


Una auténtica C A S T A Ñ A con un final de T R A C A.

Misoginia: don, excusa, sombra

Este texto va a levantar sus ampollas, de críticas en la cara y sangrante vituperio, y felicitaciones a espaldas de la vista pública.

Me lo voy a pasar como un jodido enano.

Primera aclaración previa: esta pequeña reflexión es perfectamente aplicable a la Misandria, y a gran escala, a la Misantropía. Lo titulo Misoginia por cuestiones de género.

Segunda aclaración previa: hablamos de Misóginos, no de Maltratadores. Lo primero es un ideal (en su definición de conjunto de convicciones y creencias), y los segundo es una depravación.


Una vez aclarado, bienvenidos, Romeos y Julietas (lo entenderéis después).

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La definición en la maravillosa y visitada a diario Wikipedia presenta, a mi parecer, parte correcta, parte desafortunada:

Correcto:
“La misoginia no consiste en ser partidario del predominio del hombre sobre la mujer, sino en pensar que el hombre debe liberarse de cualquier tipo de dependencia del género femenino”.

Incorrecto:
“La mujer, y como consecuencia la concepción y la familia, son consideradas como aberrantes y rechazables, o en todo caso, tal vez buenas o necesarias para otros, pero no para uno mismo”. Un patadón en toda regla a la concepción que expongo hoy, y que por ende, no comparto.


La gente es soberanamente estúpida (mmmm, empiezo a degustar el aroma de la crispación), esto nadie va a tener los huevos de debatírmelo, y más cuando se utiliza el término “Misógino" (o derivados) como insulto.

Nadie nace, sino se hace, se transforma, y se adapta a lo que hay, a lo que tiene, y a lo que seguramente nunca tendrá. Se adapta al resultado de lo que da y lo que recibe, y del mismo modo que hay personas con una bonita sonrisa en forma de porción de sandía que te hace preguntarte dónde acaba la boca y dónde empieza la oreja, pues en su reluciente balanza de oro y marfil la fortuna vivida supera con creces al infortunio, hay quienes han sufrido, sufren, y sufrirán infiernos que hace reírse de semejantes bagatelas.

Hablemos del infierno, pero no de esa parodia con llamas, no de esa parodia con gente cociéndose en grandes cacerolas cual guisado de mamá Eutascasia, no de esa parodia con un individuo con cuernos, bigote que nada envidiaría al mismísimo Dalí, y de roja piel cual guiri en la Costa Azahar y aplaudiendo mientras recibe la felación de alguna diablesa. De los miles de infiernos sobre la tierra, hablemos del que nos concierne, el del Misógino. Ese infierno de aquel que por proteger se ha quedado desprotegido y desterrado, de aquel que ha robado y ha ido a “Cash & Converters” para pagarse billetes de tren o ha estudiado de día y trabajado de noche en los más denigrantes oficios (“¡Santa María purísima!”) con el mismo fin, de aquel que ha querido a gente “casada por sorpresa”, de aquel que alcanza la más absurda indiferencia hacia la prostituta de nombre de cantante español con voz ronca (y del Atlético de Madrid, para más señas), de bonitos pechos y alto coste, cuyas únicas frases en español son “chup, chup”, y “dame tu lechita”. En definitiva, de aquel que encara a sus fantasmas para recibir un “te lo agradezco mucho”.

¿Se ha dejado los huevos por ti o te ha hecho una sopa de calabacín?.


A raíz de lo expuesto ahora tengo una pregunta: ¿por qué cuando alguien de pequeño se acostumbró a los nudillos de un padre que nunca debió ser padre y de mayor teme cualquier puño en alza, es acogido en brazos cual bebé acompañado de un “pobret, pobret meu”?, ¿por qué cuando alguien en la infancia, por algún defecto físico, como la obesidad, es foco de las peores vejaciones y luego se vuelve antisocial, es acogido en brazos cual bebé acompañado de un “pobret, pobret meu”?, ¿por qué cuando alguien ve marcharse a sus familiares en accidentes de coche, y luego con los años tiene pánico a la conducción, es acogido en brazos cual bebé acompañado de un “pobret, pobret meu”?. ¿Comprensión?, ¿justicia?, o peor aún, ¿misericordia?.

¿Dónde queda la ración del cielo de la comprensión, justicia, y misericordia hacia aquellos que han sufrido la denigración sentimental por el sexo opuesto?.

¿No habéis encontrado la similitud y la diferencia con la Misoginia?: similitud es que constituyen todos modos forzados de autoprotegerse ante el mal sufrido, diferencia es que son meras manifestaciones distintas en la praxis. Son las mismas caras de una enorme moneda
“multifacial”.

Un resumen muy sencillo: del temeroso a las manos alzadas la culpa es de un padre que debió “gozar” de una “dulce” lobotomía. Del temeroso obeso la culpa es de otros churumbeles (no es un misterio la crueldad sin límite del menor) y en última instancia, del payaso de McDonald’s (esos colores incitan a cualquiera a comer, drogarse, prostituirse, o a alguna “actividad” que no sea sana). Del temeroso al volante la culpa es de un demente, perturbado, desequilibrado, alienado, chalado, chiflado, lunático, maniático, esquizofrénico, ido, majareta que decidió una buena noche conducir en dirección contraria por la autopista y arrebatártelo. Del temeroso a la mujer/hombre la culpa es de una mala furcia/malnacido.

Esta gente no está condenada de nacimiento cual bebé que viene al mundo con un pan bajo el brazo. Se les condena cada vez que se les hace creer que todo ha sido una pequeña ilusión óptica para que, al poco, se percaten de que siguen en la misma inmundicia. La misma suciedad. Sólo sobreviven a una vida que es un continuo sufrimiento no provocado por la fortuna, destino, azar, o por favor, Dios. No seáis ridículos.

Todos los males del mundo son nuestras obras magnas. Esta gente sólo se protege hasta que alguien venga y les vuelva a fallar.

Todo es fruto de la profunda decepción en las expectativas generadas por una mujer (en el caso objeto de estudio, claro) y el resultado obtenido.

Me repito para los que leen pero no entienden: nadie nace, sino se hace, por culpa tuya, mía, de todos.

Ahora que nos vamos acercando al final de esta payasada de pasaje, me dirijo por separado a los distintos sectores de mis siempre fieles e incondicionales no firmantes lectores:

A los que padeciendo estos males siguen adelante, olvidando, felicidades, sois una especie superior a la mía.
A los que padeciendo estos males siguen adelante, sufriendo, pero adelante, felicidades, sois una especie superviviente superior a la mía.
A los que sois espectadores, antes de utilizar este término cual arma arrojadiza, ¿os habéis tomado la dura molestia de preguntar “¿por qué?”?, ¿de conocer la historia detrás de la persona?, y si lo habéis preguntado, ¿de verdad os importaba una mierda lo que ibais a oír?. Venga señores y señoritas, la cruz ya está puesta antes de conocer la explicación.


Consejo: grave infortunio de encontrar a una Julieta es convertirte en Romeo, pues seguramente acabes siendo el protagonista de la tragedia magna de un William Shakespeare de mente perversa. ¿Pero y el placer que supone entregarse?. El tema de la “autofustigación” se abordará en otro momento.


Eso sí, y esta es la MAYOR VERDAD QUE HE PLASMADO EN PALABRAS en 25 años:

Aquel temeroso del puño al cual protejas, te amará y no temerá recibir cien puñetazos por ti.
Aquel temeroso de los delgados al cual muestres tu aceptación, te amará y no temerá degustar de su manjar mientras le observas (¡e incluso lo compartirá contigo!).
Aquel temeroso de la conducción al cual acompañes en un viaje (o dos, tres... los que hagan falta), te amará y te irá a ver las veces que haga falta sean cuantos sean los kilómetros que os separen.
Aquel temeroso de la mujer al cual ames sin mentira y falacia, te amará...
simplemente te amará como nadie te ha amado.

Esta gente es la más hermosa.

Justo en este momento me he acabado este “culito” de Vodka y mi siempre fiel compañero Lucky, mientras“Romeo & Juliet” de The Killers rompe el silencio de fondo. La faena está terminada. Ahora sí.

Buenas noches, Romeo se va a dormir.

Sin un nombre

Eran las 20 horas de la tarde de un insípido Viernes, y soplaba ligeramente una fresca brisa que me traía vagos recuerdos de un aparentemente perenne invierno que nunca parecía marchitar, cerrando así una semana más larga que la anterior, como de costumbre. Salía de una clase en la cual te enseñan las tretas que no se deben hacer como abogado, todo ello desde el punto de vista de un código deontológico que todo el mundo sabe que existe, pero nadie le ha visto la cara, como la famosa leyenda urbana por excelencia en la España de finales de los 90 de la niña de la mermelada y Ricky Martin en el armario, y que cualquier persona sin escrúpulos, como el presente, sabe que tarde o temprano utilizará, como todo abogado que se pueda considerar “primera espada”.


De este turbio ambiente, dotado de un aire de extraño compañerismo, me marchaba del lugar acompañado de una de esas pocas nuevas personas que en muchos de los últimos años he conocido y que pueden considerarse como “anormal” en el sentido más literal de la palabra, dada la amabilidad y desinterés de su actuar. Ejemplar.

Esta vez, este buen hombre cambiaba su trayecto. Se dirigía a un lugar tan familiar como extrañamente desconocido para mí: la conocida “Finca Roja”. Resultaba ser el Secretario de una especie de Asociación Cultural ya con ciertas raíces y que desconocía a pesar de haber residido toda mi vida por la zona, y que se hallaba sita en el interior de dicho recinto.

Entre bromas me ofreció, con su habitual amabilidad, que le acompañara, oferta difícil de rechazar dada la tentación que supone el que te anuncien, sin previo aviso para agarrarse a apoyo alguno, que dentro se celebraba una tradición, la llamada “PP”: “Pizzas y Putas”, prometedor a la par de inspirador, y que como todo buen lector habrá deducido, nada relacionado con política alguna.

Irse comido y follado. ¿Qué más pedir?.

Una vez allí, y a la vista de ninguna señal evidente de prostitución alguna, introduje mi mano en el bolsillo de lado izquierdo del pecho de mi nada desdeñable traje, extrayendo un Lucky, mientras lo acompañaba de un “un tercio, por favor” dirigido a un camarero con un inconfundible acento del Líbano, a la espera de que, quizá, esas mujeres de fácil y tan sincero amor como cualquier otro, estuviesen terminando de acicalarse con sus mejores “Victoria’s Secret”.

Los saludos corteses habituales, acompañados de “encantado de conocerte” a tutiplén, se iban sucediendo cuasi a la misma velocidad en la cual mis pulmones iban viendo, por si mismos, como se ennegrecía el ambiente, hasta que en un dado momento, y mientras no mostraba señal alguna de misericordia hacia la que estaba siendo mi manjar de la noche, decidí ofrecerle un sitio a mi lado a un hombre, el cual con anterioridad había saludado a mi buen amigo.

Se trataba de un hombre mayor, pelo canoso, con un bigote a la par blanco, de piel arrugada, y de una mirada sobria y severa que mostraba evidentes señales de cómo la tristeza, quizá la soledad, iba engulliéndola, no siendo nada discreta la presencia que desprendía y que le acompañaba tan de cerca como su sombra, sin necesitar de un traje “Emidio” para ello.

Colocó a mi lado el plato en el cual estaba degustando la “délicatesse” que supone siempre el clásico pedazo triangularmente perfecto de tortilla de patata, a imagen y semejanza de esas entrañables tartas de las cafeterías americanas de la década de los 70.

Nos presentamos, y mi buen amigo no tardó en indicarme que este caballero era profesor de Inglés y de Filosofía, introduciéndome en la conversación mediante la ya demasiado recurrida anécdota de mi visita al “Territorio Garzón” en la Audiencia Nacional, cosa no sorprendente, pues no más tengo que pueda aportar.

A raíz de ello se desató una implacable vendaval en forma de narración por parte de este nuevo conocido, sobre lo que fue su juventud como profesor, por ejemplo en la base militar de Rota, instruyendo a las tropas americanas en el castellano, o sus clases de inglés instruyendo a los jóvenes posgraduados españoles, deduciendo de sus conversaciones visitas a Estados Unidos e Inglaterra.

Eso sí, yo seguía teniendo mi magnífica anécdota de la Audiencia Nacional.

Sea como fuere, suponía un esfuerzo seguirlo en la conversación, y no precisamente por su falta de habilidad mental propio en la avanzada edad, sino todo lo contrario, pues mostraba una capacidad de oratoria y dialéctica que se escapaban de los cánones de lo habitual. Narraba con una seguridad propia de quien te contaba lo acaecido hace 50 minutos, en vez de 50 años.

Así pues, con una mirada de sana curiosidad, y una leve sonrisa de unos dientes demasiado blancos para un fumador veterano que se asomaban debajo de su bigote, este mayor desconocido no dudo en inquirirme en que le narrara lo ocurrido, que le contara mis quehaceres.

Los 45 minutos de su historia se vieron correspondidos con 5 minutos de la mía, lo cual suponía una más que evidentemente lamentable réplica, y aún así parecía agradecido. Estaba realmente agradecido.

Antes de que se levantara y se apartara a su anterior rincón para contemplar desde la distancia una partida de “Truc”, mientras daba rienda suelta a su cigarrillo cuya marca no alcanzaba a discernir, me sentenció con un: “En mis casi 80 años, no ha habido un día ni una persona de la cual no haya aprendido algo ni he dejado de disfrutar de ello, y por eso, cuando me hablan del suicidio, es algo que no concibo”.

En ese momento terminaba de dar la última calada a mi siempre fiel compañero Lucky, siendo un pequeño quemazón en mi mano derecha la cual me salvó de ser engullido por esa calma que prosigue a la tormenta.

Se despidió -“Adiós Pablo, ha sido un placer conocerte”- A lo cual sólo pude responder con un -“Igualmente”-.

No recordaba su nombre.

Pero sí su historia.